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Germán, un grande

Por Julio María Sanguinetti (Correo de los viernes)

Germán no es un personaje usual. Difícilmente los intelectuales e investigadores poseen capacidad de ejecución desde el Estado. A la inversa, es muy extraño que un gran realizador político y administrativo actúe desde una decantación de pensamiento largamente elaborado. Pensamos en un Malraux para encontrar esta simbiosis tan inusual, que en el caso de Germán requirió de un enorme coraje personal, una torrencial capacidad dialéctica y la persistencia propia de esas familias gallegas que llegaron al país desde aquella España pobre y formaron familias trabajadoras, formada en una educación pública que construía la esencia de nuestra democracia.

Efectivamente, Germán era el menor de los Rama, en nuestra juventud personajes que llenaban la escena cultural del país. Carlos , el mayor, fue un profesor de historia que ejerció un largo magisterio. Ángel, un escritor y crítico literario de dimensión continental. Germán comenzó como profesor de historia, egresado de aquel IPA de Antonio Grompone, que formaba docentes de referencia para elevar el nivel general de cada materia. Luego se hizo sociólogo en Francia, donde compartió trabajos con amigos comunes, que seguimos cultivando hasta hoy, como Alain Touraine y Fernando Henrique Cardoso.

Su primera incursión en el área del Estado fue en la CIDE, que dirigió Enrique Iglesias entre 1960 y 1967. Allí trabajó con Ariel Davrieux, Danilo Astori y Ricardo Zerbino, entre otros, que formularon un gran diagnóstico de nuestra realidad educativa. De esas reflexiones nace su trabajo «Grupos sociales y enseñanza secundaria», donde analiza el impacto que estaba produciendo la masificación de la enseñanza media, hasta entonces de gran calidad, pero que aún no llegaba plenamente a los adolescentes de los hogares más pobres.

Pasa luego por la CEPAL de Enrique Iglesias, sale de ella luego del golpe de Estado en Chile y vuelve a CEPAL, en Montevideo, durante nuestro retorno a la democracia, donde produce una reflexión profunda sobre nuestro sistema educativo y la necesidad de reformular sus planes y métodos para enfrentar las brechas sociales que se venían produciendo a raíz de la vigorosa modernización tecnológica. Estábamos en plena transición institucional y no era el momento para lanzarse a un cambio que sacudiría estructuras. Hasta que nos llegó el momento de hacer, durante nuestra segunda presidencia. Lo sacamos de sus trabajos en el exterior y le pedimos que encabezara ese esfuerzo.

Nos pidió libertad para proponer un Consejo, de amplio espectro político pero capaz de enfrentar el desafío con espíritu de cuerpo. Volonté nos apoyó para que la Vicepresidencia la ocupara José Claudio Williman, también figura de referencia, de origen nacionalista. Luego pensó en la Prof. Carmen Tornaría, votante frentista, que consultó al General Seregni y, con el respaldo de éste, se incorporó a título personal al empeño. Luego dos maestras destacadas, Irma Leites y Rosa Márquez, a las que se añadió en el Consejo de Primaria el maestro Sirio Nadruz. Más tarde se incorporaría como Secretario General el joven abogado Robert Silva. Armado ese equipo y definido el Plan, no siendo tiempos de bonanza, se precisaba comprensión de quienes manejaban las finanzas públicas y por entonces batallaban por el histórico logro de retornar a las inflaciones de un solo dígito después de medio siglo. Ese fue Luis Mosca, también colaborador invalorable en lo que fue una larga batalla, dura, prolongada, persistente, en ocasiones particularmente desleal.

No debió ser así. Porque el programa, profundamente social, pretendía incorporar a los centros preescolares a niños de 5 y 4 años de un sector desfavorecido; llegar con escuelas de tiempo completo, proveedoras de educación y alimento en los establecimientos donde había más menores rezagados; levantar el nivel de la UTU con Bachilleratos Tecnológicos y reformular toda Secundaria. Se trataba de cambiar programas, métodos y formar profesores en todo el país, creando Centros de Formación en el interior, con internado para los jóvenes de departamentos cercanos. Todo fue resistencia. Desde que el IPA no quería perder su monopolio de formación de profesores hasta quienes producían comida de modo ineficiente y discriminatorio en algunos establecimientos escolares. Esto último fue increíble. Un programa diseñado para que cada alumno recibiera una bandeja, personalizada, con su dieta requerida, produjo una llamada «guerra de las bandejas», que incluyó hasta saboteos delictivos. No faltaron tampoco desgremializaciones de profesores de trayectoria, expulsados de sus asociaciones por el pecado de colaborar con la autoridad pública de un gobierno democrático electo por la ciudadanía. Fueron «tiempos recios», al decir de Santa Teresa de Ávila. Ocupaciones, manifestaciones, debates. Y allí Germán se agigantaba, en la polémica mediática, en el manejo de la administración. No escapaba a ninguna discusión, bien acompañado por sus colegas, pero concentrando en su figura el fuego graneado de un conservadurismo profundo. Su dialéctica era fuerte pero más lo eran sus razones.

Hablar de «privatización» frente a un programa de profundización de la enseñanza pública, el mayor en medio siglo, resulta hoy ridículo a la distancia. Pero las pasiones y los dogmas llevaban a una saña todavía inexplicable. No otra cosa le ocurrió a José Pedro Varela en su tiempo, para recordamos que la educación, al ser la gran trasmisora de valores, es siempre lugar de discusión.

Lo importante fue que aquella obra gigantesca se llevó a cabo. Se incorporaron 50 mil niños a las pre-escolares. Los bachilleratos tecnológicos se desbordaron de solicitudes de ingreso. Las escuelas de tiempo completo, entonces discutidas, pasaron a ser un reclamo generalizado de las madres y por eso el afán restaurador de quienes vinieron después no logró alcanzarlos. El programa de secundaria, en cambio, fue desarmado. Pero lo básico de aquella enorme reforma, quedó. Y hoy nos debe convocar a continuarla, en otro escenario del mundo y del país.

En un largo medio siglo, quizás desde los años cincuenta cuando se generalizaron los liceos, no hubo en la educación un cambio tan profundo. Y eso solo fue posible por el liderazgo de Germán, por su talento y por su carácter. Del mismo modo que solo pudo sobrevivir porque una coalición colorada y blanca le sostuvo con firmeza .

Hacía algunos años se había apartado de la vida pública, pero mantuvimos hasta cerca de su final una relación fraterna, amasada en convicciones, largas meditaciones y el sueño de un país a la altura de sus desafíos históricos.

Cada niño que hoy va a un preescolar o almuerza en una escuela de tiempo completo, o adolescente de Artigas o Rivera que puede ser profesor, debiera saber que detrás de eso está Germán Rama. Y el pensamiento batllista del que fue uno de sus más eminentes representantes.

Más allá del profundo sentimiento personal, sentimos que se fue un grande. Y a las Repúblicas solo las construyen los grandes, a pesar des todo el resto.

 

Cuanto peor, mejor

Por Julio María Sanguinetti (Correo de los viernes)

El régimen democrático se basa en la distribución del poder. Toda su arquitectura está dirigida a que la ciudadanía, a la que la República le ha reconocido derechos -igualdad y capacidad de elegir gobierno-, no se vea frustrada por una concentración abusiva del poder. De ahí la construcción institucional de la sabia separación de poderes que teorizó Montesquieu: frenos y contrapesos.

Naturalmente, esa teoría y esas normas jurídicas convergen en humanos de carne y hueso, que ejercerán su rol con mayor o menor inteligencia, desinterés o conveniencia. Y allí aparece la política, que no es otra cosa que el ejercicio de las libertades y facultades que el sistema ha atribuido a cada uno.

De resultas de todo lo cual, el gobierno debe estar en capacidad de gobernar, la justicia de juzgar y el Parlamento de legislar, en una constante puja de acuerdos y desacuerdos entre la mayoría gubernamental y la oposición parlamentaria. De ahí su inevitable convivencia, imprescindible en tiempos de tormenta.

Y bien: estamos en tiempos de tormenta. Nadie podrá discutir que esta pandemia es una catástrofe natural solo comparable a una guerra o un terremoto. Es el momento en que con mayor celo el sistema tiene que funcionar.

¿Por qué entonces este desnorteo de un Frente Amplio que baja del gobierno por decisión popular y hoy se instala en la idea de paralizar al gobierno que enfrenta una situación de tan profunda emergencia?

La idea de plegarse al insensato referéndum propuesto por el PIT CNT es un renunciamiento grave de un partido político a una fuerza corporativa, legítima en la defensa de sus intereses particulares, pero fuera de órbita cuando intentar marcar el ritmo del país.

Se pretende derogar todo el capítulo que en la ley de urgente consideración ampara a la policía para afirmarse en la difícil batalla por la seguridad ciudadana. El único que se felicitará de esa derogación será el mundo del delito, porque la policía perderá un amparo jurídico que hoy le permite actuar con mucha más amplitud. ¿Por qué impedir que la policía actúe bajo la presunción de que lo hace en ejercicio legítimo de sus facultades?

¿Por qué tirar abajo una Comisión Coordinadora de la Educación que sume esfuerzos para aplicar un plan nacional? ¿Qué tiene de malo, salvo preservar los últimos resabios de la reaccionaria idea de los compartimentos estancos dentro de la educación y los pequeños feudos burocráticos actuando con anarquía?

En el caso, la actitud del Frente Amplio es lamentable, porque esa norma la votaron sus legisladores. Como votaron también un principio de acercamiento a la racionalidad en los precios de los combustibles, tratando de que Ancap lo haga teniendo en cuenta lo que costaría importarlos. No se trata de derogar el monopolio y decretar la libertad de importación como proponía el Poder Ejecutivo sino de iniciar un proceso que permita que la producción nacional disponga de combustibles compatibles con un concepto de productividad. Es un tema importante, que se negoció entre las bancadas de gobierno y oposición. Pero bastó que el PIT CNT atropellara para que el Frente Amplio se sometiera.

Puedo entender que el sindicalismo se agravie de que se establezca que ocupar un establecimiento no es una prolongación necesaria y universal del derecho de huelga, como ha sostenido siempre. Pero debe entender que hasta la OIT ha dicho una y otra vez lo contrario, para preservar el derecho individual de quien quiere trabajar y el de la empresa de acceder a sus medios de administración.

Salir a juntar firmas para tirar abajo esa ley, que fijó las prioridades de un gobierno recién electo, no se compadece con el necesario espíritu de reconocimiento a un pronunciamiento ciudadano. Como tampoco lo hace, y aquí en grado de mayor extravío, sus idas y venidas, marchas y contramarchas, en el imprescindible apoyo a las autoridades en su enfrentamiento a la pandemia.

Primero no les gustó la libertad responsable y querían confinamiento obligatorio. Más tarde se agraviaban de las limitaciones y pasaron a reclamar a grito pelado la liberación de toda actividad. Después de un gran éxito en la primera etapa, nuestro país se enfrenta ante esta segunda ola que se ha dado en el mundo entero. El gobierno sigue defendiendo su principio de libertad responsable, bien distinto a la amenaza autoritaria que campea por el mundo, pero está obligado hoy a tomar medidas mayores en defensa del orden público que supone la salud de la población. Sin embargo, la dualidad lamentable ya está instalada en su discurso: si advierten que la gente toma las medidas como severas, el gobierno abusa; si actúa con la misma prudencia y respeto para la libertad que hasta ahora , es tímido, lento, insuficiente. Y en ambos casos, gastando poco, porque siempre su única respuesta ante cualquier tema es gastar. Como lo hicieron con tan estrepitosos fracasos, desde la educación a la seguridad.

Los niveles de demagogia han llegado ya a alturas poco conocidas. Decir que es una respuesta ideológica «responsabilizar» a la gente, como si esto no fuera cierto desde Alemania al Uruguay, desde Japón a la Argentina. Por supuesto que somos todos responsables, para empezar de nuestra propia vida, y solamente políticos exorbitados, desesperados por medrar, pueden estar atribuyendo al gobierno la responsabilidad en la situación. Es tan lamentable como pretender la instalación de la idea de que el Estado puede, por arte de magia, recompensar las pérdidas que puedan tener las actividades privadas. Ni este ni ningún Estado puede hacerlo. Lo que sí tiene que asumir es la asistencia a los más débiles, que se ha hecho y seguirá haciéndose a través de instituciones sociales, que no han escatimado esfuerzo ni financiero ni personal.

En el Frente Amplio hay gente responsable. Los propios Intendentes saben que esto es difícil por sus propias responsabilidades. Saben que sin solidaridad colectiva, solo agravaremos una situación que el Uruguay ha enfrentado mejor que la gran mayoría de los países del mundo. Nos duele que la vocinglería demagógica o el interés corporativo los arrastre a este escenario que no se condice con los tiempos que vivimos. ¿No hay espacio para una reflexión más serena? Estamos muy lejos del tiempo electoral. No tienen sentido estos excesos. El Frente Amplio, arrastrado por sus radicales, convoca nuevamente a los fantasmas que, con razón, el Presidente Vázquez decía haber aventado al llegar al gobierno. El fantasma de la demagogia sin límites, de procurar el daño por el daño mismo, volver a seguir aquella trágica máxima tupamara de que «cuanto peor, mejor».

 

Un sinsentido

Por Julio María Sanguinetti (Correo de los viernes)

Luego de tratativas, negociaciones, idas y venidas, el PIT CNT consiguió el apoyo del Frente Amplio para su insensato referéndum contra la Ley de Urgente Consideración (LUC). Si el planteo era un extravío político, con esto pasó al nivel del ridículo cuando el Frente Amplio va a juntar firmas para derogar incluso lo que votó, en el colmo de la voltereta y la comprobación -una vez más- de su subordinación al corporativismo sindical. El pintoresco presidente del gremio de Antel dijo que le «importaba un c….» lo que pensara el Frente Amplio y se impuso para obligarlo a esa ridiculez.

En un plano más general hay que señalar que esta pretendida derogación es profundamente regresiva.

Para empezar se deroga todo el capitulo de seguridad ciudadana. Cuando la policía hace un gigantesco esfuerzo para contener la ola delictiva que se configuró en los 15 años frentistas, se propone eliminar las herramientas jurídicas dedicadas a proteger su accionar. Se deroga la presunción de que la policía actúa legítimamente, se derogan los delitos de agresión a la policía, las normas de la actuación de policías retirados; en una palaba, intentar el desaliento de los servidores del orden público.

Se pretende derogar también la regla fiscal. Esto fue una de las pocas propuestas que hizo el Frente Amplio al PIT CNT, alegando que no es necesaria, porque existen otros mecanismos para salvaguardar el equilibrio de las finanzas. Esto podrá ser verdad, pero si es así, ¿porque liberar al Estado de un compromiso bienvenido, como es el de acotar sus déficit? Lo de siempre del Frente Amplio: gastemos y gastemos…

El capítulo de educación también les molesta y se pretende tirarlo abajo. Una arquitectura institucional ineficaz se reordena para intentar el cumplimiento de metas fijadas en un Plan Nacional. Montado encima del formidable fracaso de su política, el Frente Amplio y el sindicalismo tratan de bloquear un intento serio por mejorar una situación insostenible.

Por supuesto, impugnan con furia la norma que procura frenar las ocupaciones de empresas, que siempre consideraron que estaba comprendida en el derecho de huelga, pese a que la OIT controvirtió siempre, con lógica, ese criterio. Primero porque no se puede negar al empresario su acceso a la institución de su propiedad, imprescindible incluso para mantenerla viva, aun en medio de un conflicto. Segundo, porque es el único modo de respetar la libertad del trabajador que desea cumplir su tarea y no tiene por qué someterse a una decisión sindical que se proyecta sobre su vida y libertad. Este es un punto fundamental en términos de democracia.

Lo mismo podemos decir, con mayor generalidad aún, que se intenta derogar las normas prohibitivas de los piquetes que impiden la libre circulación de los ciudadanos. O sea, viva la prepotencia callejera…

También intentan la caída de la llamada «portabilidad numérica», o sea, el derecho del usuario de un teléfono celular de cambiar de compañía preservando su número. Este intento parte de el sindicato de ANTEL, que presume que esto dañará a la empresa estatal cuando nada lo hace suponer. Simplemente, es el ejercicio de un derecho ciudadano, que si desea cambiar su prestador de servicio no tiene el freno indudable que representa cambiar de número y desconectarse así de la gente con que está relacionada. Esto es muy importante en el mundo comercial y laboral, especialmente para quienes trabajan con clientela propia y les resulta dificultoso recuperar su lista de vínculos.

También se derogan los artículos referidos al precio de los combustibles, uno de los puntos en que hubo más estudio. Como se recordará, el Poder Ejecutivo proponía la liberalización del mercado, disponiendo la libertad de importación. El Partido Colorado consideró que de un día para el otro era imposible reorganizar a Ancap y a todas las cadenas de producción, comercialización y distribución, sin generar una serie de daños. Por supuesto, se compartía el objetivo fundamental de lograr una mejoría de los precios de los combustibles y que se superan las ineficiencias o distorsiones que hoy recaían sobre Ancap (por ejemplo, subsidiar el transporte de Montevideo). Luego de muchas tratativas, los legisladores de la coalición llegaron a un acuerdo, entre ellos y los del Frente Amplio, para una solución intermedia que, para empezar, le impone a Ancap, cada vez que fije un precio, tomar en cuenta el precio de paridad de importación que, a su vez, debe publicar el órgano regulador, o sea, la URSEA. A la vez, se crea una comisión de expertos para que asesore al Poder Ejecutivo y en 180 días le permita hacer una propuesta sobre los diversos aspectos del tema, apuntando naturalmente a mejorar los precios y no imponer a la producción nacional una desventaja frente a los competidores.

Pues bien, pese a que el Frente Amplio votó estos artículos luego de esa negociación, ahora irá a juntar firmas en su contra. Un mamarracho. Pero lo peor es que asume como inevitable la situación actual y cree que no se puede hacer nada para mejorarla. Por supuesto, nadie pretende destruir a Ancap si no, simplemente, ponerla en condiciones para proveer al país de combustibles a un precio razonable. Habida cuenta, además, que existen impuestos muy importantes, que deben tomarse en cuenta.

Lo mismo pasa con las normas sobre la Comisión Coordinadora de la Educación, que votó el Frente Amplio y ahora se las impugna.

O sea que, en un intento irracional de ejercicio opositor, el Frente Amplio se subordina al PIT CNT, y se lanzan contra una ley que atiende aspectos fundamentales del interés nacional. Todo se basa en eslóganes sin fundamento, como la vieja monserga de luchar contra un «neoliberalismo» inexistente, como si estuviéramos proponiendo vender la UTE o la Antel. Del mismo modo que se habla de «privatizar» la educación pública, sin que pueda encontrarse norma alguna que pretenda debilitar un sistema público de educación que es el resultado de una histórica y orgullosa construcción nacional en que el Partido Colorado fue la vanguardia. La misma barbaridad nos decían cuando en 1995 hicimos la mayor reforma en medio siglo y reforzamos sustantivamente la educación pública, con extensión de los preescolares, los CERP, las escuelas de tiempo completo y los bachilleratos tecnológicos, entre otras cosas de notable resultado.

Realmente nos da pena que todavía se caiga en estos simplismos irracionales cuando el mundo nos está desafiando con un verdadero cambio civilizatorio representado cabalmente por la nueva sociedad digital. Eslóganes con olor a naftalina nos alejan de lo que debiera ser un esfuerzo de colaboración nacional para poner al país a la altura de estos tiempos acuciantes y salvar el empleo -en peligro- de media población.

 

Sin duda aventó fantasmas

PorJulio María Sanguinetti (Diario El País)
Hace muy pocos días el Dr. Tabaré Vázquez dijo en un programa de televisión que su llegada a la Presidencia había aventado muchos “fantasmas” sobre lo que podría llegar a ser la irrupción del Frente Amplio en el gobierno.
Sin duda fue así y ese, a nuestro juicio, es su mayor legado. Aquella coalición de izquierda que rechazaba el libre comercio, reclamaba desconocer la deuda externa, romper con el Fondo Monetario y nacionalizar tanto la banca como el comercio exterior, pasó a respetar las reglas de la economía de mercado, cumplir las obligaciones internacionales y gobernar dentro de los parámetros del Estado de Derecho. En su seno, se albergaron corrientes que nunca llegaron a reconocer explícitamente la que llaman “democracia burguesa” ni aun el error trágico de la violencia política de los años 60’ y 70’, pero sin embargo su influencia, acompañada por Astori, permitió esa evolución fundamental en el Frente Amplio.
Podríamos decir que la democracia uruguaya atravesó, de su mano, el necesario Rubicón de la institucionalidad.
A partir de esa coincidencia republicana, naturalmente discrepamos muchas veces. Se ha recordado en estas horas la polémica que tuvimos en la campaña de 1994 y las diferencias que se generaron en momentos cruciales, como la crisis de 2002 o cuando el presidente Bush le ofreció al Uruguay un tratado de libre comercio y estando él de acuerdo, terminó cediendo a la presión negativa de un sector del socialismo. Nos importa señalar sin embargo, que fue un presidente atenido a la formalidad republicana, al estilo tradicional del país. Y que en algunos momentos tuvo la inteligencia de rescatar errores del Frente Amplio, como su oposición al capital extranjero en la industria forestal, y sumarse a la política que habíamos iniciado nosotros en 1985, actitud que incluso le llevó a un durísimo enfrentamiento con los gobiernos kirchneristas.
En el orden personal mantuvimos siempre una relación cordial, que se hizo afectuosa en los últimos tiempos. No era hombre de desplantes ni agresiones verbales. Conversábamos cada tanto con mucha franqueza y apertura. Especialmente desde que apareció su enfermedad, el teléfono nos acercaba y la última charla, hará un par de semanas, fue un llamado suyo para comentar una audición de radio de mi hija Emma sobre la política de los museos internacionales en la pandemia. El episodio, apenas anecdótico, revela su serenidad de espíritu, en momentos de tanta gravedad para él, y también algo superior que la política uruguaya debe conservar, que es ese modo de rivalizar en ideas sin alejarse en persona.
Afrontó su enfermedad, que conocía íntimamente como médico, con una gran entereza. Fue un final de hidalguía, con un reconocimiento para los partidos tradicionales que construyeron la democracia y para quienes ocupamos la presidencia durante su trayectoria política. Así lo dijo en su última intervención de televisión, un testamento político que deja una marca histórica en esta democracia nuestra.

El futuro del pasado

Por Julio María Sanguinetti (Correo de los viernes)

Es un lugar común que la cultura es un bonito adorno, una decoración y que lo que importa es el trabajo, la producción, lo que ayuda a pagar las cuentas. También lo es que mirar hacia atrás es conservadurismo y que solo hay que hablar de lo que vendrá. De este modo, como decía Marc Bloch, la ignorancia del pasado lleva inevitablemente a la incomprensión del presente.

A veces se conjugan los dos prejuicios y, ante un ejemplo rotundo de lo contrario, es importante destacarlo para ayudar a comprender lo que es una nación y aquello que hace a su esencia. Nos estamos refiriendo a los 25 años de la declaratoria de Patrimonio Histórico de la Humanidad de la Ciudad Vieja de Colonia, que se están cumpliendo en este mes de diciembre.

Sin duda, la larga labor de recuperación de esa zona, emprendida desde 1968 por una Comisión Especial que presidió el Prof. Fernando Assunção fue un esfuerzo notable de paciencia, persistencia e inteligencia histórica. La declaratoria de Unesco, 27 años después, significó su validación y una consagración internacional de enorme valor, tanto institucional como social y económica. Se puede decir que marcó un hito en el salto cualitativo de ese trozo del país en que la historia se carga de leyenda.

La fundación de la Colônia do Sacramento, en 1680, por Manuel Lobo, Gobernador de Río de Janeiro, fue parte del largo proceso de descubrimiento y conquista en que España y Portugal rivalizaron en el continente americano. En el caso, el objetivo fundamental era encontrar un pasaje interoceánico que permitiera llegar al Pacífico desde el Atlántico Sur para alcanzar el comercio de especies del Oriente. Luego se agregó la ensoñadora búsqueda de la Sierra de Plata que había llegado a oídos de los navegantes y les encendió tanta ambición que hasta nuestro río terminó llamándose «de la Plata» cuando, en realidad, los tesoros estaban en el subsuelo del lejano Alto Perú.

Recordemos que el infortunado Solís había muerto en 1516 cuando recorrió nuestro río epónimo y los guaraníes dispusieron de él. Y que luego pasó Magallanes, anduvo transitando Gaboto, y que Don Pedro de Mendoza había intentado fundar Buenos Aires, en 1537, con un trágico fracaso. Frente a estos empeño de los españoles, Portugal rivalizaba fundando San Vicente y una cadena de poblaciones que iban tratando de llegar al Sur, desde una colonización que había comenzado por Bahía y Pernambuco.

Cuando se refunda Buenos Aires, en 1580, se había producido un hecho notable: Felipe II, Rey de España, había pasado a serlo también de Portugal, con lo que la competencia se apaciguó y las fronteras se hicieron flexibles. Pasado este lapso, Portugal continuó con su emprendimiento, generando caminos comerciales que perforaban el monopolio de Lima (digamos, contrabando). Es por eso que Manuel Lobo, en 1680, funda Colonia, que es rápidamente conquistada por Vera Mujica desde Buenos Aires. El llamado Tratado Provisorio del año siguiente le reconoce a Portugal su ciudad y por dos décadas edificarán murallas y hasta una Iglesia Matriz. En 1704 España reconquista Colonia a sangre y fuego, que es devuelta a su vez a Portugal en 1715, en el Tratado de Utrecht. Hasta 1750 gobernarán los portugueses, cuando el Tratado de Madrid se la devuelve a España, que la ocupa con el Gobernador Ceballos al frente, hombre de armas tomar. Esta entrega a España tiene como contrapartida el reconocimiento del dominio portugués en los pueblos de las Misiones, de donde son desalojados los jesuítas y sus civilizados guaraníes, que sostendrán una heroica guerra contra el ejército portugues, tan brillantemente evocada en la película La Misión. En una palabra, siete tratados y cuatro sitios… Todo termina en 1777 con el Tratado de San Ildefonso, pero ya el mundo era otro: ahora el ganado era el protagonista y nuestra Colonia, muy dañada, entró en una larga decadencia. Con los años pasó a ser un barrio degradado de una ciudad moderna que había crecido, al impulso de las corrientes inmigratorias europeas que hicieron de esa región el vergel que pasó a ser para siempre.

En 1924 fue Julio María Sosa quien sintió la necesidad de rescatar ese trozo fantástico de historia y se dicta una ley, de corta aplicación. Retoma el tema el Ministro Eduardo Víctor Haedo, en 1938, pero el asunto no se encara en serio hasta ese evocado 1968 del que hablamos, durante el gobierno de Pacheco Areco, bajo la presidencia de Assunção en la Comisión. Esta quedó más tarde consolidada por ley, en 1986, con una labor muy destacada del Arq. Miguel Odriozola. La restauración siguió a su cargo y por eso hubo el aliento para presentarse a la Unesco, con el fin de que esas manzanas históricas, tan españolas como portuguesas en sus orígenes y tan uruguayas hoy, fueran ejemplo de esa coexistencia.

Se trabajó años en ese empeño, con una gran comprensión del entonces Director General de Unesco, Federico Mayor Zarazoga, y un apoyo invalorable de los gobiernos de España y Portugal. Es más, el propio Presidente de Portugal, Mario Soares, nos visitó, le recibimos en Colonia y donó el monumento a Lobo que está al lado de la Catedral. Tuvimos la honrosa oportunidad de celebrar en la Unesco, en aquel noviembre de 1995, tanto el cincuentenario del organismo como la declaración oficial. Con el patrocinio de la Unesco, incluso, el Estudio Testoni publicó un espectacular libro, con un trabajo fotográfico de gran nivel artístico y trabajos históricos de Fernando Assunção y Marta Canessa de Sanguinetti.

Hoy Colonia y sus alrededores son otros.Los campos se han revalorizado. La ciudad ha visto multiplicarse buenos hoteles y hermosas posadas, atractivos restaurantes en viejas casas recicladas, alrededores de campo reconquistados para el descanso y miles de personas que viven de este renacimiento. Naturalmente, estos días son tristes por la paralización, pero esto es lo pasajero. Lo permanente es esa Ciudad Vieja restaurada, ese trozo de historia rescatado y de cómo ese esfuerzo cultural es formidable fuente de trabajo.

El pasado, como se advierte, tiene un gran futuro. Cada vez más hay un interés por rescatar raíces y disfrutar, como se vive en la apacible Colonia, la grata sensación de un tiempo suspendido.

No dudamos que la Comisión y la Intendencia de Colonia, hoy ocupada por el Dr. Moreira, que participó en buena parte del recorrido evocado, trabajarán en armonía para seguir esta tarea inacabada, incorporando casas históricas y, sobre todo, cuidando que el crecimiento no nos juegue en contra. El turismo es una formidable industria de gran dinámica pero que no puede olvidar que se asienta en valores culturales a preservar. Pasado este extraño tiempo que hoy vivimos, su retomada será formidable y su futuro es incuestionable. A condición que tengamos hoy el mismo espíritu de respeto para con el pasado que tuvieron quienes hicieron posible esta notable reconquista.

 

¿Gabriel García Márquez quería votar por Álvaro Uribe?

Por Julio María Sanguinetti (El Tiempo)

Julio María Sanguinetti - Bocas

Julio María Sanguinetti fue el primer presidente de Uruguay tras la restauración democrática en 1985. Diez años después, asumió nuevamente como primer mandatario.

Foto: Juan Manuel López
Es prácticamente imposible ver a Julio María Sanguinetti vestido de manera informal, con una camiseta cualquiera y un short o una bermuda. Mucho menos con los pies enfundados en sandalias, como alguna vez sí lo hizo José Mujica en una conferencia que pasó a la historia porque un fotógrafo advirtió las uñas largas del entonces presidente que sobresalían de los calzados veraniegos.

En tiempos de fotos o videos virales, de los que ensucian carreras impolutas, nunca se filtró una foto del doctor Sanguinetti en la que no estuviera vestido de traje. Da la impresión de que este hombre se despierta y se pone una camisa, elige el vestido del día y una corbata a tono. Ser y parecer, aquello de la mujer del César romano.

Sanguinetti, a quien sus allegados todavía llaman “presidente”, tiene 84 años y una carrera política de varias décadas. Es, en Uruguay y Latinoamérica, la representación del estadista por antonomasia. Fue legislador, ministro de Industria y Educación, fue el primer presidente de la República Oriental del

Uruguay tras su restauración democrática en 1985 (y vaya si tuvo que ver en esa salida de la dictadura). Como en Uruguay no existe la reelección, en noviembre de 1994 volvió a ganar y en marzo de 1995 asumió nuevamente como primer mandatario.

Se codeó con François Mitterrand, se hizo amigo de Felipe González, de Fernando Henrique Cardoso, de Octavio Paz, Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa y Gabriel García Márquez. Y siendo agnóstico y un defensor a ultranza de la laicidad, en su época fue el presidente latinoamericano que más veces se reunió con Juan Pablo II. Amante de la lectura –especialmente los textos históricos– y la pintura, este viejo dirigente todavía reniega y se malhumora con Peñarol, una “pasión cuasi religiosa” que escapa a la racionalidad.

Más allá de todos sus oropeles y reconocimientos en el mundo entero, Sanguinetti dice que su primera gran vocación fue el periodismo. Es más, todavía hoy se dice periodista. Ya no va con la libreta de apuntes a hacerles preguntas a veteranos dirigentes, como cuando era joven y abordó a Fidel Castro en el auge de la revolución cubana. Ahora escribe editoriales de opinión en El País de Uruguay, La Nación de Argentina, El País de España, o donde le den un espacio. En sus años mozos, se le metió de prepo [de vivo] en un ascensor a Fidel y le dijo que en su país no terminaban de entenderlo. Con la provocación, consiguió una hora y media de entrevista con el líder vestido de verde oliva, donde apenas lo dejaba meter algún bocado, recuerda.

Tras desilusionarse de la revolución cubana a la que analizó como cronista in situ, Sanguinetti fue dejando el periodismo para involucrarse de lleno en la política. Lo hizo en el histórico Partido Colorado (derecha o centroderecha), al influjo de Luis Batlle Berres, expresidente en los años cincuenta y padre de otro presidente, Jorge Batlle (2000-2005). Sanguinetti promovió una amnistía a presos políticos y fue uno de los mentores de la Ley de Caducidad de la Pretensión Punitiva del Estado que indultara a los militares por los crímenes cometidos en la dictadura. Así selló lo que él llamó “el cambio en paz”, eslogan con el que ganó las elecciones de noviembre de 1984 y se puso la banda presidencial cedida por militares, en marzo de 1985.

Destaca de su segundo mandato el impulso de una ley forestal, una ley de zonas francas, una reforma de la seguridad social y una profunda reforma educativa que amplió la educación a niños de entre 1 y 5 años y creó las escuelas de tiempo completo.

Alguna gente dice: ‘Pero los políticos hoy se abrazan y mañana discuten’. ¡Sí, señor! ¡Esa es la democracia! Tenemos que saber discutir y saber abrazarnos.

En Uruguay, sus detractores le achacan una clara falta de iniciativa para la búsqueda de detenidos desaparecidos durante la dictadura (1973-1984), pero Sanguinetti no se hace cargo. Dice que hizo lo que pudo, con la poca información con la que contaba. “No es verdad que no se hizo nada. Se hizo una investigación en Buenos Aires para buscar a la niña Mariana Zaffaroni, y se la encontró. Y el gobierno hasta contrató un detective para hacer la pesquisa. En las búsquedas de acá, es evidente que estábamos en un tiempo distinto. Para empezar, al inicio del gobierno ni siquiera había cuestionamientos a los militares. Los cuestionamientos y las denuncias fueron viniendo después. Se hizo lo que se pudo”, dijo.

Intelectual de fuste y reconocido en el mundo entero, no solo por sus pobladas cejas (tan tentadoras para caricaturistas), hoy encanecidas, Sanguinetti dejó en octubre su banca en el Senado el mismo día en que también lo hizo un viejo enemigo en el plano de las ideas, José Mujica Cordano.

El 20 de octubre pasado, Mujica y Sanguinetti se fundieron en un abrazo que recorrió el mundo, gesto que pretendió ser ejemplarizante, promovido por dos viejos  experimentados de la política. Más allá del respeto y la fraternidad, a Sanguinetti le interesa dejar claras algunas cosas: los tupamaros no enfrentaron a la dictadura, como repiten algunos jóvenes trasnochados. El movimiento guerrillero tupamaro estaba maniatado cuando llegó el golpe de Estado por la “embriaguez de los militares” que querían ser los “salvadores de la patria” y se atornillaron al sillón del poder por la fuerza.

Hoy, este hombre que vive de traje todo el día está expectante por la última temporada de The Crown en Netflix, relee a Kant y tiene en su mesa de luz Desobediencia civil y libertad responsable, el último libro que le mandó dedicado el sociólogo argentino Juan José Sebreli.

De derechas e izquierdas, de Fidel, del Che, de Mujica y su poder de comunicación, de su amigo Álvaro Uribe Vélez y el elogio que le dispensó Gabo en una charla íntima en México, y del pentacampeón de América (hoy caído en desgracia) Club Atlético Peñarol, habló el expresidente Sanguinetti en un living atestado de libros y cuadros.

En 1959, usted viajó a Cuba como periodista a cubrir la revolución. Y un año después fue a cubrir la cumbre de cancilleres de la OEA en Costa Rica, evento en el que se censura a Cuba por haber establecido relaciones con la URSS. ¿No se dejó enamorar por la revolución o en ese momento usted también cayó bajo su embrujo?

Cuando fui a Cuba en 1959 escribí una serie de notas. Al volver, en el aeropuerto me esperaba Marta [la historiadora Marta Canessa, su novia de entonces, es su esposa desde hace 40 años] y me dijo: “¿Qué te pasa? Que notas tan frías, tan llenas de prevenciones”. Y le dije: “Mirá, me pareció intuir que estamos en el embrión de una gran dictadura y que Fidel está más cerca de ser un caudillo latinoamericano clásico que otra cosa”. En aquel momento no percibí que aquello fuera hacia un socialismo propiamente dicho o hacia un marxismo o comunismo de tipo soviético, pero sí percibí el fuerte ingrediente autoritario, la corriente autoritaria que se respiraba por todos lados, porque todo aquel que no pensaba lo mismo que los discursos interminables de Fidel era un “gusano” vendido al Imperio. Todavía no había aquella ruptura con los Estados Unidos.

¿Ni siquiera en el primer momento se dejó enamorar por la revolución?

En el primer momento todos nos enamoramos de la revolución. En el primer momento, ¿quién no se enamoró? Porque además toda la poética legendaria estaba instalada, hasta estéticamente: las barbas, las boinas, la juventud contribuía a eso. Como periodista voy, veo, analizo, hablo con gente, y me encuentro con Fidel una noche en el hotel. Él todavía estaba en el viejo hotel Habana Hilton que hoy se llama Habana Libre. Una noche, yo estaba ahí, se abre la puerta del ascensor y lo veo a Fidel con su guardaespalda. Me mandé para adentro como buen periodista y le digo: “Fidel, ¿cómo anda? Mire, se lo digo rápido: en mi país todo el mundo ha mirado con simpatía la revolución, pero no entendemos mucho que se haya sustituido tan rápidamente al presidente, a un civil, un juez independiente, honesto, que fue el que los liberó a ustedes”. Me dijo: “Mira, chico, yo te voy a explicar”. Paró el ascensor, bajamos, me tuvo hablando una hora y media, era casi medianoche…

Usted fue ministro de Industria y Comercio a finales de los convulsionados años sesenta. Tiempos en los que se empezó a gestar la violencia en Uruguay: el advenimiento del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros (MLN-T) en 1963, las movilizaciones estudiantiles y una fuerte represión policial.

Los tupamaros comienzan su actividad en 1963 bajo un gobierno nacionalista colegiado, tan poco personalista y autoritario como que no había presidente de la República, si no que era un areópago [tribunal supremo] de nueve nobles que manejaban el país. Solo se explica aquello por una radicalización ideológica que nace en la revolución cubana y que lo lleva a esa acción totalmente alejada de la realidad. En el año 61, vino el ‘Che’ Guevara a Uruguay y claramente dice que si hay un país donde no puede haber una revolución es en Uruguay porque es el país más democrático de América Latina. Lo dice así. La palabra del ‘Che’ me parece que es más importante que todas las elucubraciones que se puedan hacer. El ‘Che’ en ese sentido en Uruguay dice: “Me precio de conocer toda América Latina y digo que este es el país más democrático, cuidado con la violencia. Cuando se empieza el primer disparo, nunca se sabe cuándo será el último”. La acción guerrillera sigue en el 64, y en el 65 y en el 66 ya con otro gobierno, luego viene la presidencia de Óscar Gestido, un militar dedicado a la política. Muere Gestido y asume Pacheco. Ahí venía ya recrudeciendo el movimiento guerrillero, subversivo. Y Pacheco hizo lo que hubiera hecho cualquier presidente democrático, que es defender la institucionalidad democrática. Cuando alguien enfrente rompió el diálogo, cuando alguien en frente, en un país con una tradición tan asentada como la nuestra, con libertades totales de expresión de pensamiento y la vida política, se lanza a la violencia, el Estado tiene que defenderse, y eso es lo que hizo Pacheco.

¿Y eso de que la clase política ya estaba corrompida y los partidos eran corruptos?

Lo de corrompida es una expresión en la cual coincidieron los militares golpistas y los tupamaros terroristas. Ambos hicieron la revolución en contra de la democracia y como todos los totalitarios invocaron la corrupción de lo político, que es lo mismo que invocaba Hitler con la República de Weimar. Siempre les atribuyen a los titulares del poder democrático todos los males, lo cual legitima tirar abajo las instituciones democráticas para abrir el espacio de la revolución salvadora, llámese nazista, fascista, marxista, comunista, fidelista o como quiera llamarlo, y así se va emparentando. Por eso es que en aquel momento incluso –muy a diferencia de las cosas que suelen hablarse– hubo una gran conmistión entre algunos grupos militares con los propios tupamaros, aún con los tupamaros presos. Coincidían en la enemistad del sistema y en la acusación a los políticos. A todos nos dieron vuelta de arriba para abajo y de costado y nunca pudieron encontrar los fenómenos de corrupción que repetían como un eslogan.

Sangunetti - uruguay

Foto: Juan Manuel López

Entonces le digo: ‘¿Y Colombia, maestro?’, y para mi sorpresa, Gabo me dice: ‘Mire, yo pienso que Colombia precisa un tipo con huevos, y ese hoy es Uribe’. Era la primera candidatura de Uribe.

Fue protagonista fundamental del llamado Pacto del Club Naval con los militares en busca de una salida democrática, pacto que excluyó al Partido Nacional. ¿Cómo les explicaría esta vital reunión a los lectores colombianos?

De una forma muy sencilla. En la dictadura se había iniciado un proceso de institucionalización. En 1982, plantean una propuesta constitucional y la plebiscitan, de modo que intentan institucionalizar un retorno a una democracia recortada con una presencia militar institucionalizada al lado de la Presidencia. Pinochet había ganado uno parecido en Chile. Acá la dictadura pierde el plebiscito, y lo reconoce. Entonces admiten reabrir la actividad de los partidos, pero como no reconoce a los dirigentes, se hace una elección interna en los dos partidos tradicionales (Blanco y Colorado) y de la Unión Cívica, no de la izquierda todavía. Ahí, entonces, aparecen nuevas autoridades y comenzamos una negociación. A su vez, en el Ejército había nacido claramente una división, había algunos partidarios de quedarse en el poder y otros de salir. Entre nosotros, a su vez, nacieron también dos estrategias: los partidarios de seguir golpeando hasta que cayera la dictadura o los que pensábamos que un acuerdo honorable y que nos permitiera retornar a la democracia con dignidad era el mejor camino. En el Club Naval se pacta el día y la hora que termina la dictadura luego de unas leyes democráticas.

Fue electo presidente de la República en noviembre de 1984 y se transformó en el primer presidente tras la restauración democrática. Su eslogan o leitmotiv era “El cambio en paz”. ¿Cómo lo podría resumir?

Se podría resumir que era el retorno a la democracia sin revanchismo. Con un clima de reconciliación que procuraba que quienes habían tomado las armas para sustituir la democracia por medio de la violencia o quienes en nombre del Estado luego habían cometido el mismo exceso, no debieran ser objeto de una persecución, sino que debíamos mirar hacia delante para no reproducir el clima de enfrentamiento del pasado.

Fue vicepresidente de Peñarol y hoy es presidente honorario del club, el más popular de Uruguay. Alguna vez escuché que su esposa no quería que usted aceptara un puesto en la Unesco, para poder asumir, algún día, como presidente de Peñarol. ¿Es cierto?

No, no, eso es fantasía. Peñarol es pasión pura. La pasión futbolística es una pasión desinteresada, inexplicable, sobre todo para quien vive en la sociedad desde una racionalidad abstracta. Peñarol es una gran pasión; yo diría que para nosotros es un sentimiento cuasi religioso.

Usted tiene una teoría: es más hincha de Peñarol que de la selección uruguaya, porque en el club se alienta a jugadores extranjeros y no afloran los nacionalismos como en los duelos de países. Explíqueme su postura.

La adhesión al club es la adhesión estrictamente deportiva, que se identifica con una institución popular. Las selecciones introducen el factor político, un factor de nacionalismo, un factor que hace que el día que jugamos los argentinos contra los uruguayos afloren sentimientos de descalificación de unos y otros. También pasa entre los peruanos y los chilenos, y a veces entre los colombianos y los venezolanos. Esa es la parte que no me gusta. Y se canta el himno antes de los partidos de selecciones… Los himnos no tienen nada que ver; a mí que me disculpen. En Peñarol los hinchas supimos idolatrar a un peruano como Juan Joya, a un chileno como Elías Figueroa o a un ecuatoriano como Alberto Spencer.

En febrero del año pasado recibió en su casa al expresidente colombiano Álvaro Uribe Vélez, y lo posteó en su Facebook. ¿De qué hablaron?

Con Álvaro Uribe Vélez tengo amistad de la época en que era gobernador de Antioquia, de modo que tuve una larga conversación con él. Le tengo un enorme respeto. Es un político con una enorme vocación de servicio que percibí entonces, cundo él sentía como una causa vital el enfrentamiento con la histórica narcoguerrilla. La última vez que vino, hace un año, hablamos de todas las cosas que se imagine. Como periodista y como político estoy tratando siempre de interpretar la historia y en consecuencia trato de superar las anécdotas.

Julio M. Sanguinetti BOCAS

Foto: Juan Manuel López

¿Ha tenido contacto con Juan Manuel Santos?

Hemos tenido, últimamente tuvimos contacto, a raíz de la designación del presidente del BID. Firmamos un documento con Santos, Fernando Henrique Cardoso, Ricardo Lagos. Con Santos hablamos de que estábamos en contra de que América Latina no reivindicara la presidencia del BID, como era la tradición histórica.

¿Y sobre las Farc y el conflicto armado, nunca charló con él?

Lo hemos hablado muchas veces, por supuesto que sí. Si algo nos dice la experiencia es que extrapolar situaciones de un país al otro no es posible. La salida institucional después de la dictadura en el Uruguay fue distinta a la argentina, la argentina muy distinta a la chilena. En Argentina había habido una derrota militar en una guerra internacional del régimen militar que se derrumbó. En Chile fue una salida altamente condicionada en que el propio dictador siguió como comandante y jefe de las Fuerzas Armadas. En Uruguay hubo una salida negociada. O sea que la actitud frente a las dictaduras o las guerrillas fue distinta en cada lado y obedeció a la peculiaridad de cada uno. La situación de Colombia también es muy distinta, porque la violencia rural en Colombia tuvo una larga tradición muy particular. Y luego la connotación de una violencia guerrillera de tipo política, o del narcotráfico también, fue muy peculiar. Eso fue un fenómeno muy colombiano.

Mujica es un fenómeno de comunicación, que va más allá de la vida política. Sintonizó en este mundo de la sociedad del consumo, como una especie de gurú del despojo a los bienes materiales.

Se hizo amigo de Felipe González, de Octavio Paz, de François Mitterrand, de Juan Carlos Onetti, de Carlos Fuentes, conoció a Deng Xiaoping, tuvo una excelente relación con Juan Pablo II, quien visitó Uruguay dos veces. Están todos reunidos en su libro Retratos desde la memoria, de 2015. En ese libro también cuenta que fue amigo de José ‘el Mono’ Salgar, de Álvaro Mutis, y le dedica un capítulo a García Márquez. Allí usted recuerda un almuerzo en la casa de Ernesto Zedillo en el DF, donde Gabo alude a Uribe con palabras elogiosas…

Gabo no había ido a votar a Colombia varias veces. Estábamos almorzando en México en la casa de Zedillo, entonces le digo: “¿Y Colombia, maestro?” y para mi sorpresa, Gabo me dice: “Mire, yo pienso que Colombia precisa un tipo con huevos, y ese hoy es Uribe”. Era la primera candidatura de Uribe. No agregó más comentarios ni tampoco fue a votar a Colombia. [El libro agrega: “Ayudó a Uribe, sin embargo, en un intento de pacificación con el ELN, cuando recurrió a él para hacer un puente con Fidel”]. Me sorprendió, pero esa era su opinión en ese momento. Cuando se mira en perspectiva parece algo llamativo.

¿Llegó a entender por qué, a diferencia de Plinio Apuleyo Mendoza o Mario Vargas Llosa, Gabo nunca se distanció del régimen cubano de los Castro?

Porque Gabo, más allá de lo ideológico, tenía una enorme fascinación por el poder.

¿Por estar cerca de los poderosos?

No. Por el fenómeno literario del caudillismo. Él era un fascinado del poder, lo cual va desde Aureliano Buendía, pasando por Simón Bolívar en El general en su laberinto. Él tuvo esa fascinación con Fidel, que la mantuvo. Para mí, esa fue su aproximación. Después nos vimos muchas veces, hasta la última en la casa de Héctor Aguilar Camín y Ángeles Mastretta en México. Nos veíamos con frecuencia en esa época.

¿Es de los que creen que están vigentes los rótulos de izquierda y derecha en política?

Lo que se han caído son los catecismos, son las estructuras herméticas de pensamiento, hegeliana, marxistas. No se han muerto las ideas, las ideas políticas siguen existiendo. La democracia tiene dos elementos que son contradictorios: la libertad y la igualdad. La fraternidad, se supone, tiene que reconciliar dos cosas que van a estar siempre en puja, porque cuanta más libertad haya, más desigualdad va a haber, porque los hombres no somos iguales. La libertad va a hacer que unos sean más inteligentes que otros, otros más brillantes, otros más ricos que otros, otros más pobres que otros. Y desde el otro lado, el sentimiento de igualdad. Es en torno a esas dos ideas que en el mundo de la democracia se podía hablar de izquierdas o derechas. La patología de eso puede ser, en la izquierda, el marxismo, porque establece un sistema autoritario. Y la justicia social se cambia con la libertad. Pero dentro de la democracia existen matices diferenciales. Alguien más a la derecha va a atender a que el Estado lo más chico posible, alguien más hacia el centro o centroizquierda va a pretender que el Estado juegue un rol más importante. Nosotros tenemos una concepción del Estado mucho más de intervención del Estado que el Partido Nacional, con el cual somos socios hoy.

El 20 de octubre, tanto usted como José Mujica dejaron su banca en el Senado. No fue casual que dejaran el Parlamento el mismo día, fue buscado, y ese mismo día el abrazo entre ustedes dio la vuelta al mundo. ¿Qué representan ese abrazo y esa foto?

Pretende ser un mensaje a los jóvenes. Que entiendan que dirigentes políticos con una gran responsabilidad social, hemos discrepado y seguimos discrepando profundamente, dentro de la democracia estamos obligados a respetarnos y a sentir que hay lugares de la institucionalidad donde tenemos necesariamente que coincidir. Y que lo más importante de la democracia es preservar esos espacios. Alguna gente dice: “Pero los políticos hoy se abrazan y mañana discuten”. ¡Sí, señor! ¡Esa es la democracia! Tenemos que saber discutir y saber abrazarnos.

En Medellín vi un mural con el rostro de Pepe Mujica con una frase suya, en Brasil he visto gente con su cara en la remera y tiene admiradores por miles en Europa y Latinoamérica. ¿Está bien ganada la fama mundial de Mujica?

Mujica es un fenómeno de comunicación, que va más allá de la vida política. Es un fenómeno de comunicación muy particular. Sintonizó en este mundo de la sociedad del consumo, como una especie de gurú del despojo a los bienes materiales, y desde el poder político alguien que pretendía construir una vida alejada de las pautas de comodidad, bienestar y consumo porque hoy lo tiene. Ese fue su gran mensaje y su gran comunicación. Esa ha sido la razón de su éxito.

Usted no dejó la política. Se fue del Parlamento, pero continúa siendo secretario general del Partido Colorado. Continuará dictando conferencias y escribiendo editoriales de opinión en distintas publicaciones de América y Europa. ¿No se cansó de la política?

Uno no se cansa de batallar por las ideas, esa es la política. Yo soy, siempre he sido y seguiré siendo, muy afecto a la política de base, a la comunicación con la gente, a la política territorial. Lo que es el ejercicio del liderazgo, eso sí es cansador porque es una administración de vanidades, uno termina de psiquiatra de la corte, de las pequeñas cortes.

¿Seremos mejores después que aparezca la vacuna contra el covid-19?

Han aparecido muchas vacunas en el mundo. Para lo único que no hay vacuna es para la tontería.

De populares, populistas e instituciones

Por Julio María Sanguinetti (LA NACION de Argentina)
Hemos vivido en Perú meses amargos. Separado de su cargo el presidente Pedro Pablo Kuczynski hace dos años, su sucesor Martín Vizcarra fue víctima de un impeachment en este fantasmagórico mes de noviembre, en que fue sustituido por Manuel Merino y, a la semana, por Francisco Sagasti, que parece hoy sostenerse como puede sobre sus dos piernas. En los alrededores de los años 70, no es muy imaginativo pensar que, ante semejante vacío de poder, las Fuerzas Armadas hubieran tenido una participación tajante y decisiva. Diríamos que es un ejemplo claro del repliegue militar en nuestro continente, fenómeno muy relevante que, como se fue alejando paso a paso, no concita demasiado interés en los habituales análisis.
Si miramos algo hacia atrás y recordamos el impeachment, en Brasil, del presidente Collor de Mello (1992) y el mucho más polémico de la recién reelegida Dilma Rousseff (2016); o el de Carlos Andrés Pérez en 1993, en Venezuela; el de Abdalá Bucaram en 1997, en Ecuador, o el más cercano de Fernando Lugo en Paraguay (2012), nos encontramos con crisis políticas de enorme magnitud que -mal o bien- se resolvieron dentro de los términos constitucionales. Al igual que una larga lista de episodios turbulentos en que los presidentes sortearon parecidos obstáculos. La mirada bifronte hacia esos episodios nos muestra un militarismo desvanecido, luego de medio siglo de ser recurrente árbitro de contiendas políticas pero, al mismo tiempo, unas democracias que navegan en medio de las incertidumbres de su sobrevivencia.
Entre Washington y Moscú hubo sí «guerra fría», pero en esta nuestra frontera fue hirviente y sangrienta.
Naturalmente, no puede ignorarse que este alejamiento militar no es solo la resultancia de la sabiduría política, sino de la cancelación de la Guerra Fría, que se proyectó en una dialéctica dramática entre guerrillas inspiradas en la Revolución Cubana y golpes de Estado alentados para combatirlas. Entre Washington y Moscú hubo sí «guerra fría», pero en esta nuestra frontera fue hirviente y sangrienta. Contrapartida del repliegue militar, se vive el avance de los poderes judiciales como instancia de arbitraje de los conflictos políticos. Naturalmente, los jueces están preparados para resolver conflictos individuales entre las personas o entre ellas y el Estado, pero no para dirimir las recurrentes pulseadas entre gobiernos, oposiciones y liderazgos, con el fantasma de la corrupción como telón de fondo de esas disputas y el riesgo de su propia politización.
Estamos, entonces, ante democracias muy imperfectas. Y si algo faltara para corroborarlo, allí está la pandemia, que puso todo al rojo vivo y cada gobierno respondió en solitario conforme a su sano juicio. Ni en el Mercosur pudimos tener una respuesta concertada frente a una plaga que no reconoce fronteras. Esta vez hubo otra curiosidad en nuestro continente y es el inesperado populismo estadounidense, que culmina esta extravagante administración de Trump con una elección impugnada de antemano y contestada luego, sin prueba alguna, pese a los recuentos de votos y los unánimes fallos judiciales.
Lo cual nos lleva a las fronteras borrosas de ese nuevo fenómeno, que aun un pensador democrático consistente como Pierre Rosanvallon considera algo más permanente y del que rescata que no es solo una reacción ante la fatiga democrática, sino una propuesta para la crisis de la representación o las injusticias sociales.
Es lo que muchos están diciendo hoy sobre EE.UU.: cae Trump pero no el trumpismo, porque si bien el Partido Demócrata aumentó, en votos, la mayoría que ya había obtenido Hillary Clinton hace cuatro años, del otro lado hay una enorme votación republicana, aun mayor que su antecedente. Es más, a la luz del resultado, se piensa con cierta lógica que Trump solo cae por su mal manejo de la pandemia.
La cuestión esencial es que Trump es un típico líder populista, porque tiene todos los síntomas de la enfermedad: caudillismo personalista; pretendido monopolio de la voluntad del pueblo, traicionada por las élites burocráticas y parlamentarias; cruzado frente al «enemigo» (que empezó siendo México y terminó siendo China); descalificación personal de los adversarios; nacionalismo exacerbado y emocionalmente retórico, todo ello al borde de la inconstitucionalidad, culminada con esta impugnación electoral digna de nuestras peores elecciones latinoamericanas. Pese a todo, sin embargo, no pudo transformar al «régimen» en populista, porque la Justicia es fuerte, la distribución federal del poder entre Estados es real, el Congreso y los medios de comunicación son activos y el peso de la historia es poderoso. Esto nos conduce, entonces, al desafío de fondo de nuestra América Latina, que es el fortalecimiento institucional, el respeto al Estado de Derecho, el acatamiento de la ley por costumbre (como reclamaba Alberdi), la independencia judicial y un debate político que, incluso fuerte ideológicamente, no apueste a las mentadas «grietas».
Como nos recuerda Kant: «Los prejuicios, la superstición y el fanatismo representan las cadenas de que debe liberarnos la Ilustración».
Se requiere una pedagogía constante. Como lo dice también el maestro: «La Ilustración es asunto fácill in thesi, pero arduo y lento in hypothesi».Por esa razón hace unas semanas, incluso en un país de instituciones sólidas como nuestro Uruguay, escenificamos con nuestro colega el presidente Mujica un acto en vivo de republicanismo. Personalmente había pensado retirarme del Senado para continuar mi vida política como secretario general del Partido Colorado y hete aquí que Mujica, por reacción a la pandemia, pensó también en renunciar a su banca senaturial. Nuestra presidenta de la Asamblea ideó, entonces, una sesión solemne en que ambos expresidentes se retiraban del Senado conjuntamente y provocaban pronunciamientos afirmativos de todos los sectores. Ubicados en los extremos del espectro político, el abrazo que rubricó la ceremonia pretendió ser un mensaje de convivencia, de adversarios que, aun combatiéndose, se rinden ante la majestad de los espacios institucionales.
Los populismos normalmente nacen de un pronunciamiento popular que valida su legitimidad de origen. Esto se lo reconozco a Rosanvallon. El problema es cómo, por esa combinación de factores que señalamos, se va generando una ilegitimidad de ejercicio, que termina en cosas tan abusivas como el intento de Evo Morales de ser re-reelecto por cuarta vez o en la deriva que fue llevando a un Chávez, ungido por la multitud, hacia un autoritarismo que terminó en la grosera e incompetente dictadura de Maduro. Dicho de otro modo, todo son las instituciones. Como dicen Heráclito y el poeta T. S. Eliot, en el principio está el fin.

40 AÑOS

Por Julio María Sanguinetti (Correo de los viernes)

El NO de 1980 demostró el arraigo de los principios republicanos y los partidos políticos en la conciencia ciudadana. A partir de allí, aun a regañadientes, los mandos militares se vieron obligados a negociar con los partidos políticos la salida de la dictadura.

1980 era lo que podría decirse un buen año. La economía había crecido 6,1% en 1978, 8,7% en 1979 y ese ritmo se mantenía. La «tablita» que prefijaba el dólar generaba tranquilidad y el consumo de lo importado, automóviles, electrodomésticos, florecía. En ese contexto es que la dictadura resolvió procurar una legitimación, conforme a un cronograma publicitado en agosto de 1977 y que establecía ese 1980 como año de una nueva Constitución, marzo de 1981 como fecha de una elección interna de autoridades y noviembre para la elección del nuevo gobierno, que asumiría el 1° de marzo de 1982.

La situación interna del gobierno no era sencilla. Había crecido mucho, en la Armada y en la Fuerza Aérea, el sentimiento que había que poner punto final a la dictadura. También en el Ejército venia ocurriendo algo parecido, al tiempo que se endurecía el talante de quienes pensaban en el continuismo. La Comisión de Asuntos Políticos de las Fuerzas Armadas, presidida por el Brigadier Jorge Borad , por el mes de marzo elevó un proyecto con unas pautas constitucionales, que fueron devueltas por el Presidente de la dictadura Dr. Aparicio Méndez con un conjunto fuerte de rectificaciones. Borad lo acusó de «fracasado» y que respondía a su frustración como «político y como profesional». Desde el otro sector, el Tte. Gral. Queirolo, Comandante en Jefe del Ejército, anunció que habría elección pero con un candidato único de los partidos y manteniendo la proscripción de todos los dirigentes políticos, incluso el ex Presidente Pacheco, pese a que era Embajador.

Borad siguió adelante con su proyecto y convocó al Dr. Carlos Manini Ríos, colorado histórico, y al Dr. Héctor Paysée Reyes, nacionalista, para que formaran unos grupos representativos de sus colectividades con los que procurar algún entendimiento sobre el proyecto de reforma. La Comisión Colorada, de seis miembros, generó una gran expectativa y la prensa se hizo amplio eco de su oposición a las pautas, planteada en la Comaspo. De inmediato el Tte. Gral. Alvarez, dos años antes retirado del Comando del Ejército pero aspirante a la presidencia, saltó con una diatriba contra los políticos por sus «presiones» y «maniobras». El Comandante en Jefe Queirolo, a su vez, lanzó el exabrupto de que «a los ganadores no se les ponen condiciones» (sic), lo que contestó Enrique Tarigo en «El Día» con un artículo diciendo que no hay condiciones sino «presupuestos lógicos y necesarios» como «levantar las proscripciones que afectan a los hombres del Partido Colorado y contra los cuales no existe otra imputación que la de haber ocupado cargos electivos».

Lo cierto es que se elaboró un proyecto y tanto el Partido Colorado como el Partido Nacional nos pronunciamos mayoritariamente en contra. Lo hizo Tarigo en la primera edición de «Opinar» y lo hicimos nosotros en «El Día» en un artículo que titulamos «Hasta el 30 un No», señalando que considerábamos las disposiciones propuestas como «incompatibles con una concepción democrática del Estado y de la vida».

La propaganda oficialista dominaba los medios diciendo que la propuesta era el único modo de retornar a la institucionalidad y que el No era un salto al vacío, que cerraría todo horizonte de futuro. La Juventud del Partido Colorado, sin embargo, fue autorizada a realizar un acto en el Cine Cordón el 31 de octubre. Pocos días después lo hizo la juventud blanca. Poco más pudo hacerse en público, pero lo más resonante fue la polémica que en el Canal 4 sostuvieran los Dres. Tarigo y Pons Etcheverry, defendiendo el No, frente a los Dres. Bolentini y Viana Reyes, que sostenían la posición oficialista. La opinión pública asistió asombrada a un espectáculo inédito: la impugnación clara y fuerte a la dictadura, en boca de quienes hoy representaban a los partidos tradicionales, cuyos dirigentes seguían proscriptos. Arreciaron los ataques militares, se denunció un complot sedicioso en el Penal de Libertad y se generó todo el temor posible.

Nosotros trabajábamos desde la sombra. Unos recorriendo el interior, otros moviéndonos por todo Montevideo y Canelones, acompañados de una juventud que afloraba. Con todo, reinaba la incertidumbre. En la víspera del plebiscito, veníamos caminando con Maneco Flores Mora rumbo a «El Día y yo le expreso mis temores por el resultado. Acababa de ganar un plebiscito parecido Pinochet en Chile y la tradición mostraba siempre a las dictaduras venciendo, por buenas o malas maneras pero venciendo. «No te preocupes», me dice, «mañana sabremos si alguna vez merecimos el título de Suiza de América». Y así fue, porque en ese 30 de noviembre inolvidable, el pronunciamiento fue claro: 57,2%. Por el No, contra 42,8% por el Sí. Desde ya que la votación por el Sí no era pro dictadura sino mayoritariamente de gente que de buena fe pensaba que era un principio de salida, aunque fuera regular y que luego habría tiempo para seguir avanzando.

Nosotros pensamos siempre que se precisaba un solución clara, que no subordinara al gobierno democrático a la influencia militar de modo alguno, y esta no lo era.

Los mandos militares no esperaban el resultado. Debemos reconocer que no intentaron el fraude y que la Corte Electoral, con sus funcionarios de siempre, organizó el acto con honestidad e independencia. El malhumor del alvarismo, sin embargo, fue tremendo y las declaraciones estuvieran en consonancia. Las provocaciones arreciaron, pero no tuvieron otro remedio que abrir otra instancia de diálogo. Todo sería trabajoso, desde que, incluso, se sustituyó al Dr. Méndez, otro derrotado del plebiscito, por el propio Tte. Gral. Álvarez, quien pasó a ser el mayor obstáculo para la salida institucional.

Estos fueron los hechos. Primer paso de cuatro difíciles años de ir y venir, pero que, con la perspectiva que nos dan los 40 años que se cumplen estos días, podemos con orgullo decir que hubo en los partidos tradicionales una dirigencia notable, que desde la sombra logró doblegar a la dictadura y mostrarle que, pese a toda su propaganda y el alto nivel de consumo del momento, no era posible violar impunemente los grandes principios de nuestra República , grabados en el corazón de la ciudadanía.

Así como días pasados recordamos al Almirante Zorrilla por su solitaria resistencia al golpe de febrero de 1973, hoy lo hacemos -con la misma emoción- por otro enorme batllista, el Dr. Enrique Tarigo, hasta entonces un respetado abogado, profesor de Derecho Procesal, que asumió la representación política del Partido Colorado y marcó un hito de dignidad ciudadana.

 

Sanguinetti: Uruguay eligió seguir «la teoría de la libertad responsable» durante la pandemia.

Entrevista realizada por Concepción M. Moreno para la agencia EFE.
Montevideo, 24 nov (EFE).- Pese a sus casi 85 años, no quiere oír hablar de jubilación; madruga y hace deporte antes de atender sus tareas profesionales; y exhibe con pasión de coleccionista los libros y las obras de arte que atesoran él y «doña Marta», como suele referirse a su esposa, la historiadora Marta Canessa.
Elegantemente vestido y disculpándose por las semanas de retraso en conceder esta entrevista, el dos veces presidente de Uruguay Julio María Sanguinetti (1985-1990 y 1995-2000) recibe a Efe en su casa-despacho de Montevideo para conversar ampliamente sobre su ‘no retirada’, la pandemia, la crisis regional y otros asuntos de su interés y conocimiento, como arte o literatura.
Hace un mes que dejó el escaño de senador obtenido en 2019, pero no está fuera de la política, ya que es secretario general del Partido Colorado -uno de los dos tradicionales del país- y sigue siendo figura referente -aunque no esté en la primera línea- del gobierno de coalición que preside el nacionalista Luis Lacalle Pou.
Afirma, sin que le tiemble la voz, que «la política es una administración de egos», que quienes trabajan en ese ámbito ejercen «de zurcidores y bomberos» y que, a su edad, él ya ha perdido «la humildad y la vanidad».
«Ya sé quién soy -ríe abiertamente-. Es el único modo de ser más o menos feliz. Yo no me puedo quejar de mi vida, quizá porque haya tenido un poquito de suerte, pero igual no me gustan los vanidosos, tampoco los que invocan la humildad. Que la gente sea como es: la virtud aristotélica, el término medio en todas las cosas», agrega.
AUTORITARISMO EN PANDEMIA
Aunque la pandemia de la covid-19 ha atravesado la vida de todo el mundo, él no se sitúa «en la tesis apocalíptica» de pensadores que vaticinan el fin de la democracia o del capitalismo.
«Lo que sí no hay duda es de que la pandemia ha acelerado tendencias que ya estaban, ha puesto en crisis debilidades que ya existían. Hoy, en un fenómeno global, encontramos que no hay gobernanza global. Esto no era nuevo, pero ahora se hizo groseramente evidente», argumenta.
Sin duda, dos aspectos que resalta el exmandatario al respecto son «la digitalización mayor de la riqueza, la producción y la comunicación, porque en seis meses nos saltamos seis años» y el establecimiento de «una gran centralidad del Estado».
«Como es una situación de emergencia, el estado asumió medidas extraordinarias; no un estado árbitro y conciliador, sino un estado dominante que ha asumido hasta el rol de manejar nuestros hábitos de comportamiento y nuestras vidas como nunca hubiéramos aceptado antes, salvo por el temor de una enfermedad», explica.
Sanguinetti resalta que «el ejercicio de estos poderes extraordinarios es también peligroso y riesgoso», ya que «la tentación autoritaria está», al tiempo que se congratula de que Uruguay eligiese seguir «la teoría de la libertad responsable» durante la pandemia.
CRISIS EN LATINOAMÉRICA
El abogado, periodista y escritor, que tiene una fina capacidad de analizar la actualidad con perspectiva histórica, señala que Latinoamérica «no es una isla que pueda escapar a la crisis» económica mundial y que la pandemia ha puesto de relieve algunos aspectos políticos en la región.
En su opinión, América Latina «ha ganado en institucionalidad» pero, al tiempo, «hay un gran debilitamiento de partidos en general» y «un cambio relativo en los pesos institucionales», ya que, a la desaparición del Ejército de la primera línea política, se suma «el ascenso relativo del poder judicial como árbitro de los conflictos».
El populismo y la crisis de representación son otros dos síntomas que sufre el mundo, argumenta, ya que, por un lado, «un líder que emana del voto ciudadano se erige luego no solo en jefe de gobierno y de Estado, sino líder de la nación más allá de las instituciones» y, por otro, hay un «mayor individualismo» desde el momento en que «un ciudadano que se considera representante de sí mismo escribe en Facebook y cree que con eso ya es parte del debate universal».
Durante su segundo mandato, en diciembre de 1995, Sanguinetti participó de la firma del acuerdo de cooperación entre el Mercado Común del Sur (Mercosur) y la Unión Europea (UE), primer paso del tratado que ahora busca ratificación y que permanece paralizado por las críticas a Brasil por cuestiones medioambientales.
«Personalmente entiendo que este reclamo se plantea de un modo exagerado. Podemos, sí, pactar condiciones de cuidado ambiental en las cuales estamos de acuerdo, pero tomar de rehén todo un acuerdo para exigirle a Brasil una cierta política no nos parece lo mejor. Tiene un cierto aroma a ‘lobby’ agrícola que busca un pretexto», argumenta.
OTRAS PASIONES
Fanático -y sufridor- del Peñarol, algo que, en su opinión, ha pasado a ser «un problema metafísico y existencial», confiesa que sigue «puntualmente» la Liga española, en la que triunfan futbolistas uruguayos como Luis Suárez (Atlético de Madrid) o Fede Valverde (Real Madrid).
«Lo que pasa es que la globalización está en el fútbol», considera Sanguinetti, quien agrega: «Acá seguimos produciendo jugadores de fútbol, pero es imposible retenerlos, porque es imposible pagarlos y es imposible abrirle las perspectivas que tienen».
Y tan apasionado como es del balompié, lo es de la historia y el arte. Aunque cree «imposible responder» a qué personaje de otro tiempo le hubiera gustado conocer, sueña en voz alta: «Todos hubiéramos querido ver a Miguel Ángel pintar la (Capilla) Sixtina arriba de un andamio y tirándole un tablón al papa porque no quería que lo mirara».
«El arte, por suerte, sigue siendo la mejor expresión de los seres humanos. En el arte nos reconciliamos todos. En el arte podemos imaginarnos y sentirnos superiores; por eso el arte es extraordinario», asevera.
Y, aunque destaca el Renacimiento como ese momento «insuperable» de la historia, saca pecho para hablar del ‘boom’ de la literatura latinoamericana de los años 60, con la publicación de obras como «Cien años de soledad», de Gabriel García Márquez; «La ciudad y los perros», de Mario Vargas Llosa; o «Sobre héroes y tumbas», de Ernesto Sábato. «Nuestro ‘siglo de las luces’ en diez años», resume. EFE
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Tiempos de vértigo

Por Julio María Sanguinetti (Correo de los viernes)

Que el vértigo de los acontecimientos no desvíe el rumbo. Es la única forma de llegar a buen puerto.

Vivimos tiempos veloces. El modo como se derrumbó el imperio socialista, luego de la caída del Muro de Berlín, fue el gran prólogo de este momento de la historia. Todo corre rápido y suele ser fugaz. Las redes son eso: frases sueltas, noticias ciertas o imaginarias, desahogos personales… pero todo a una velocidad en la que lo que hoy está al rojo vivo, mañana se desvaneció. Ni hablemos de la vida familiar y sentimental, que también transcurre en un parecido vértigo. Si el tiempo siempre fue importante, hoy lo es, entonces, un poco más, porque responde a una característica de esta época que nos ha tocado vivir. No se trata de juzgar sino de entender. Y por lo mismo, aun en los fenómenos políticos, no podemos ignorarlo. Para no desconocerlo pero tampoco caer en su trampa.

Miremos hacia la seguridad ciudadana. La tragedia que sufrimos como sociedad no se construyó en un día. Hubo tendencias de la sociedad que no se contrarrestaron a tiempo, como la difusión de la marihuana, y luego el auge de la droga se hizo prácticamente irreversible. O la política llevada adelante por el Frente Amplio, desde el día en que llegó al gobierno, asumiendo una superficialidad romántica que le llevó a liberar masivamente presos y rápidamente perder el control de una situación que se expandió como una marea. Así se saltó de 9 a 30 mil rapiñas al año. Hoy el delito es la expresión de un segmento de la sociedad muy amplio. ¿Puede reducirse rápidamente? Está claro que no y por eso no nos sumamos a esos debates repentinistas sobre bajas circunstanciales de algunos de los delitos.

El país tiene que sacudirse la plaga del narcotráfico internacional. Tenemos que salir de ese mapa siniestro. Es un gran objetivo. Debemos contrarrestar el avance generalizado del delito, acotarlo y comenzar un proceso de reversión que será largo y difícil, porque conlleva una acción de promoción social y educativa de aliento. Dicho de otro modo: si dentro de tres o cuatro años, el Ministro Larrañaga puede mostrar superación en ambas direcciones, será un éxito. Tenemos que asumir una mirada histórica y hacer el balance en el tiempo adecuado.

Ya sabemos que habrá quienes no aceptarán como positivo ningún resultado. Son los que hoy hacen campaña contra la Policía y quieran derogar las pocas herramientas jurídicas que la LUC le dio para mejorar sus posibilidades. Ya lo sabemos, porque su fracaso les nubla el juicio. Pero no nos dejemos atrapar por su machacona prédica y caer en juicios apresurados o ayudar a esos microclimas desasosegados que quieren crear. Ellos son los que están cayendo en la trampa del tiempo: no advierten que su fracaso está demasiado cerca, que fue un factor en su derrota y que, lejos de cuestionar a la Policía, la ciudadanía, con razón, quiere su éxito.

Esta reflexión de la necesidad de tiempo y perspectiva la extendemos a la situación económica. El mundo sufre una crisis enorme, de las mayores caídas de su historia contemporánea. Y nosotros estamos inmersos en ella. De esa situación universal se saldrá, pero no será algo instantáneo. Los economistas discurren sobre si la salida será en V o W, pero lo que está claro es que retornar al nivel prepandemia llevará su tiempo. No hablo como economista, que no lo soy, pero como político la experiencia lo dice. También nos recuerda que hoy lo peor sería enloquecernos, como propone el Frente Amplio, salir a repartir dinero demagógicamente, descontrolar las finanzas públicas y luego, cuando la marea suba, no estar en condiciones de aprovecharla y hundirnos por años (como ocurrió en Argentina). En la crisis de 2002 se hizo lo que había hacer y por eso, cuando el viento de los precios internacionales sopló a favor, dos años después, el Uruguay creció rápidamente. Nadie lo sabe mejor que el Frente Amplio, que justamente llegó al gobierno cuando ya el país estaba creciendo.

Hoy, las voces críticas del Frente Amplio tampoco parecen entender esta realidad. Cuando debieran saber que ganaron tres elecciones ayudados, primero por la crisis, que afectó al Partido Colorado, y luego por ese crecimiento que nos regaló el mercado internacional y pudimos aprovechar justamente por lo que habíamos hecho ante la crisis. Cuando se alejaron aquellos fabulosos precios, el país se estancó y el Frente Amplio perdió. Y nos dejó el presente griego de unos enormes déficit y dramáticos números de desocupación.

Si en 2002 el gobierno de Jorge Batlle le hubiera hecho caso al Fondo Monetario Internacional y al Frente Amplio -extraña coincidencia- habríamos declarado la suspensión de pago de la deuda externa (default) y todavía hoy nuestro país estaría sumergido en la desconfianza, como le ocurre infortunadamente a Argentina. Nuestro gobierno actuó con responsabilidad, salvó al país, el Partido pagó un severo precio político pero la honra histórica no nos la quita nadie. Hoy un gobierno de coalición enfrenta también una profundísima e inesperada crisis, inédita por sus características. Se está haciendo lo que hay que hacer y con eficacia se viene salvando la situación. También saltan voces reclamando el despilfarro y el gobierno, que no ha dejado de cumplir sus compromisos sociales con los más necesitados, pide prudencia para ir ordenando el país. Y poder subirse al tren del crecimiento cuando él reaparezca. De nuevo los tiempos, entonces, y la paciencia imprescindible.

Tengamos calma. Estamos en el camino. El gobierno está claro. La coalición viene funcionando. No hay duda de que este año y el que viene serán muy difíciles. Asumámoslo claramente. Pero si mantenemos el rumbo llegaremos a puerto. Atropellarse, allanarse al griterío, nos llevaría a un naufragio.