En 2014 se terminaron los precios excepcionales y se acabó el boom de las materias primas. Con la baja de precios, comenzaron a debilitarse los gobiernos populistas. Los que se autodenominan «de izquierda» en Latinoamérica ya no podían seguir en la demagogia política y la ineficiencia económica. Al reparto de pan para hoy y hambre para mañana le llegó el final.
Los recursos obtenidos vía aumento de impuestos venían acompañados de un crecimiento desmesurado del número de funcionarios y del gasto público. Las empresas y trabajadores solamente pudieron afrontar los impuestos agigantados mientras los precios de las materias primas eran excepcionalmente altos. Al volver a niveles promedio, la carga tributaria sobre empresas y familias se hizo insostenible, originando crisis de competitividad en las empresas y de ingresos y empleo en los trabajadores. En eso estamos.
La injerencia torpe de los gobiernos en la actividad económica; la extendida tolerancia ante el incumplimiento de las leyes y, sobre todo, la desvalorización de la decencia como exigencia de la vida política, facilitaron la corrupción. Las prácticas corruptas, que los supuestos revolucionarios adjudicaban a todos los los partidos políticos progresistas, socialdemócratas y liberales, se extendieron más allá de las fronteras. Y, como los robos iban a caballo de las afinidades ideológicas de los gobernantes «de izquierda», las denuncias e investigaciones se denunciaban como persecución de «la derecha». Y, cuando no alcanzaba el ninguneo, llegaron las cataratas de insultos y descalificaciones.
Se acabó: tenemos que reabrir la esperanza, hacerle lugar al cambio y recuperar la paz. Somos Batllistas.